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miércoles, 3 de junio de 2015

Maldito sea el tesoro que dicen que es vernos poco y que ahora nos toca desenterrar. Maldito sea el tesoro porque a 600 km prefiero ser pobre pero rico en miradas si son las tuyas, rico en tu mano sosteniendo mi cabeza y rico en las batallas de tus labios contra los míos. Maldito sea el tesoro si en lugar de tu boca de oro contiene una situación que me niego a aceptar: no quiero recordarte con imágenes, no quiero recordarte por conversaciones a través de un teléfono de mierda, cuando hasta ahora eran tus ojos los que me recordaban cada día, cada hora, cada segundo que se clavaban en los míos, por qué soy tan dependiente de ellos. Y ahora me quedaré como yonki sin su dosis, como Annie sin Hall, como un verano sin sol, como Hachiko en la estación esperando eternamente el regreso de su dueño, incapaz de asumir algo para lo que nunca he estado preparado. Que eso de que nos separamos y cada uno en su lugar es mentira: nuestro lugar es cualquiera, el que sea, mientras estemos los dos juntos. Pero sí, podemos trampear a la distancia poniendo puentes sobre los ríos de dificultades que pretandan arrastrarnos y ser marineros que consigan llevar sano y salvo a puerto un barco demasiado inestable luchando contra un bravo mar de kilómetros y mil tormentas. Podemos escalar toda esta mierda de tierra de por medio aunque los días sin vernos se acumulen en una montaña como el Everest. Porque las distancias separan, pero los sentimientos las superan.

De mi libro 19 Otoños y 500 Inviernos

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